Martín
Corona Alarcón
El público no es
la contraparte de las artes escénicas, el público es la esencia del
espectáculo. La diferencia entre un ensayo y una función es crucial: el ensayo
es la limpieza y preparación de un espectáculo, un trazo escénico pensado y
diseñado por un director para mostrarse. Sin embargo, no está acabado. Cuando
se presenta, al ocurrir la función se completa el círculo de comunicación. El
público recibe e interactúa con su mirada y su energía en aquello que mira.
A lo largo de la
historia ha cambiado la visión de escena, en la edad media los grandes
galerones contaba con gritos y hasta “tomatazos” de la gente que aprobaba o
reprobaba lo que veía. De un par de siglos a la fecha eso cambió, la norma de la alta cultura le
dio a la escena un respeto casi religioso, de manera que en el teatro no se
puede toser, ni hacer ruido, ni mucho menos interactuar con el montaje
preparado por actores, director, escenógrafos y asistentes. Y quizá en ese
mismo esquema la televisión y el cine copiaron el modelo y hay una “cuarta
pared” entre el espectador y lo que pasa en la escena.
Actualmente me
parece un poco absurdo que el teatro siga los mismos cánones, teniendo al cine
y la tele como “competencia”. Una obra de teatro nunca podría igualar la
producción del cine ni la tele, si tomamos en cuenta los millones de dólares
empleados en lo que se ve y en la tecnología necesaria para su grabación y
reproducción.
La queja
cotidiana de la gente del teatro tradicional (aquel de un foro “a la italiana”
como un cuadrado con un escenario y telón, luces, etc…) es que el público no va
al teatro o que son un puñado los asiduos y que, además, se compone por la
misma comunidad. La gente de teatro viendo teatro, la gente de literatura
leyéndose entre sí, los artistas plásticos yendo a las exposiciones de sus
compañeros y así las pequeñas comunidades artísticas cerradas, regurgitando sus
estructuras, heredando esa manera de hacer las cosas para ese pequeño grupo.
Resulta inoperante en el mundo, un asunto más de arqueología como pieza de
museo.
Las artes no
fueron siempre así. De hecho tiene apenas tres o cuatro siglos que se considera
a “las artes” como disciplinas aisladas. Durante la edad media la literatura
estaba encerrada en los monasterios, porque muy pocos leían y escribían. Las
artes plásticas estaban destinadas a mostrar la religiosidad. La escena y lo
que después llamaron “el teatro” servían casi exclusivamente a la iglesia en
sus ritos y, de vez en cuando, alguna comedia divertía a cientos de personas.
Una escena
actual, tomando en cuenta al cine, la tele y el internet, tendría que proponer
algo diverso. La creación de un lenguaje escénico en que el público no fuera
pasivo, sino activo participante e incluso protagonista del montaje. Han
existido ciertos asomos en algunas “atrevidas” puestas en escena, incluso la
evolución del circo utiliza actores que se hacen pasar por público para ello.
Sin embargo aún
falta mucho por explorar y mucho más por
lograr en los escenarios tradicionales. En cambio en las escuelas, los
hospitales, los parques y hasta dentro de los autobuses hay una nueva movida de
cuenteros, payasos y malabaristas que viven directamente del público. Con más
intuición y buenas intensiones que conocimientos, cambian sus servicios de
divertimento por unas monedas que, sumadas, les dan a menudo más dinero que a
quienes ocupan los teatros y espacios tradicionales de escena.
Y aquí entra de
nuevo ese personaje medieval: el juglar. Quien durante más de diez siglos
conservó escritos paganos, bromas, juegos de malabarismos y un sin fin de
actividades que ahora llamamos artes y las universidades pretenden encerrar,
estandarizar y sistematizar.
Y surgen de
pronto cada vez más juglares que de una u otra manera buscan ganarse la vida
con el verdadero agrado del público: un pago justo por su trabajo. Pero no de
la justicia occidental que paga a quien hace las cosas “correctamente” e
incluso no las hace por ser correcto. Una justicia directamente relacionada con
la emoción y la reciprocidad, el juglar da generoso a sabiendas que sólo si
aquello que comparte o muestra es de mucho agrado obtendrá una recompensa
valiosa.
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