viernes, 25 de marzo de 2016

Justicia en la nueva escena

Martín Corona  Alarcón

El público no es la contraparte de las artes escénicas, el público es la esencia del espectáculo. La diferencia entre un ensayo y una función es crucial: el ensayo es la limpieza y preparación de un espectáculo, un trazo escénico pensado y diseñado por un director para mostrarse. Sin embargo, no está acabado. Cuando se presenta, al ocurrir la función se completa el círculo de comunicación. El público recibe e interactúa con su mirada y su energía en aquello que mira.
A lo largo de la historia ha cambiado la visión de escena, en la edad media los grandes galerones contaba con gritos y hasta “tomatazos” de la gente que aprobaba o reprobaba lo que veía. De un par de siglos a la fecha  eso cambió, la norma de la alta cultura le dio a la escena un respeto casi religioso, de manera que en el teatro no se puede toser, ni hacer ruido, ni mucho menos interactuar con el montaje preparado por actores, director, escenógrafos y asistentes. Y quizá en ese mismo esquema la televisión y el cine copiaron el modelo y hay una “cuarta pared” entre el espectador y lo que pasa en la escena.
Actualmente me parece un poco absurdo que el teatro siga los mismos cánones, teniendo al cine y la tele como “competencia”. Una obra de teatro nunca podría igualar la producción del cine ni la tele, si tomamos en cuenta los millones de dólares empleados en lo que se ve y en la tecnología necesaria para su grabación y reproducción.
La queja cotidiana de la gente del teatro tradicional (aquel de un foro “a la italiana” como un cuadrado con un escenario y telón, luces, etc…) es que el público no va al teatro o que son un puñado los asiduos y que, además, se compone por la misma comunidad. La gente de teatro viendo teatro, la gente de literatura leyéndose entre sí, los artistas plásticos yendo a las exposiciones de sus compañeros y así las pequeñas comunidades artísticas cerradas, regurgitando sus estructuras, heredando esa manera de hacer las cosas para ese pequeño grupo. Resulta inoperante en el mundo, un asunto más de arqueología como pieza de museo.
Las artes no fueron siempre así. De hecho tiene apenas tres o cuatro siglos que se considera a “las artes” como disciplinas aisladas. Durante la edad media la literatura estaba encerrada en los monasterios, porque muy pocos leían y escribían. Las artes plásticas estaban destinadas a mostrar la religiosidad. La escena y lo que después llamaron “el teatro” servían casi exclusivamente a la iglesia en sus ritos y, de vez en cuando, alguna comedia divertía a cientos de personas.
Una escena actual, tomando en cuenta al cine, la tele y el internet, tendría que proponer algo diverso. La creación de un lenguaje escénico en que el público no fuera pasivo, sino activo participante e incluso protagonista del montaje. Han existido ciertos asomos en algunas “atrevidas” puestas en escena, incluso la evolución del circo utiliza actores que se hacen pasar por público para ello.
Sin embargo aún falta mucho por  explorar y mucho más por lograr en los escenarios tradicionales. En cambio en las escuelas, los hospitales, los parques y hasta dentro de los autobuses hay una nueva movida de cuenteros, payasos y malabaristas que viven directamente del público. Con más intuición y buenas intensiones que conocimientos, cambian sus servicios de divertimento por unas monedas que, sumadas, les dan a menudo más dinero que a quienes ocupan los teatros y espacios tradicionales de escena.
Y aquí entra de nuevo ese personaje medieval: el juglar. Quien durante más de diez siglos conservó escritos paganos, bromas, juegos de malabarismos y un sin fin de actividades que ahora llamamos artes y las universidades pretenden encerrar, estandarizar y sistematizar.
Y surgen de pronto cada vez más juglares que de una u otra manera buscan ganarse la vida con el verdadero agrado del público: un pago justo por su trabajo. Pero no de la justicia occidental que paga a quien hace las cosas “correctamente” e incluso no las hace por ser correcto. Una justicia directamente relacionada con la emoción y la reciprocidad, el juglar da generoso a sabiendas que sólo si aquello que comparte o muestra es de mucho agrado obtendrá una recompensa valiosa.

Cuando la escena, el teatro, vuelva a ello tendremos nuevos caminos, en tanto la mayoría de la gente dedicada a divertir y comunicar deberá conformarse con imitar a cambio de un poco del dinero que se invierte en que todo siga igual.


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