domingo, 14 de febrero de 2016

Los títeres no piensan, los creadores… deberían

Martín Corona Alarcón


Hace unos días sorprendió al mundo la nota de unos titiriteros españoles que fueron encarcelados por supuesta incitación del terrorismo en una puesta en escena. La consternación fue tremenda por parte de toda la comunidad teatral de habla hispana, incluso en México compañeros y amigos se promulgaron indignados por el asunto.
Al final, aclaraciones, notas y, sobre todo, confusiones, muchas confusiones.
Este evento desafortunado me sirve para hablar de esta manera diversa de enfocarnos en la escena: la juglaría actual o contemporánea.

Público y creador

En principio, a esta compañía le contratan una obra para presentarse en la cartelera  infantil de un carnaval. Y, ¿qué hace un titiritero, actor, cuenta cuentos, standopero, músico cuando –al fin- le contratan y su trabajo no es para el público al cual lo están dirigiendo?
En principio la mayoría lo ve como un trabajo, una contratación para representar lo que ha montado, ensayado y repetido hasta la saciedad. Considera que el público no es su responsabilidad. Y en este punto he visto grupos para niños que se niegan a trabajar si no hay una cantidad determinada de chicos de cierto rango de edad, al igual que escénicos que corren a los niños de su función o suspenden hasta que estén las condiciones que pidieron.
Y obvio ante esta clase de exabruptos nunca vuelven a ser contratados, tampoco la gente regresa a ese tipo de espectáculos. Y la gente de escena se queja de que no hay públicos, que no valoran su arte y no tienen trabajo.
Claro, porque ese arte que aprendieron no es sensible para el momento histórico actual. El actor, titiritero o cuentacuentos aprendió de memoria una serie de textos y acciones que repite con maestría, pero sin considerar a profundidad que está comunicándose con un público sensible, comúnmente vemos actores y cirqueros que muestran sus ejecuciones sin voltear siquiera a quienes los miran. Esperan aplausos, sonidos de asombro, nada más.
Sin embargo, es tiempo de cambiarlo. No podemos ofrecer un dulce envenenado a un chico, si bien es responsabilidad de los programadores y organizadores la selección de los montajes y el tipo de público, los creadores escénicos deberíamos dejar de ser pasivos ejecutantes para convertirnos en seres que comunican algo con sensibilidad, con empatía.
Es muy frecuente que contraten algo para adultos y asistan niños y viceversa, sobre todo en festivales, ferias y eventos muy grandes.
Un juglar medieval que insultaba, molestaba o desconcertaba a su público era despedido de la plaza para siempre, perdía su manera de comer, su forma de vivir, una importante plaza a su paso.
Si bien entiendo que no fueron formados para eso, a las universidades y los talleres de teatro no les interesa crear comunicadores sino licenciados y ejecutantes, es tiempo de asumir los cambios sociales de nuestra cultura y, por ende, de las artes.
Y volviendo a los titiriteros españoles, si ellos hubiesen tenido esa sensibilidad de adaptar modificar, crear un lenguaje más amable para ese público, no estarían en la cárcel.
Sé que estoy hablando de ideales, pero creo que es necesario dejar de formar trabajadores de la escena caducos y banales que sólo alejan al público de los teatros, los festivales y los espacios tradicionales y nuevos de representación.


Del terrorismo y su difusión

El juez imputó el delito de “enaltecimiento del terrorismo”, debido a que el montaje mostraban una pancarta que decía: “Gora Alka-Eta”, un juego de palabras cuya traducción puede significar: Viva el alcalde o Viva al qaETA (nombres de grupos terroristas). En México no conocemos la problemática terrorista, en cambio vemos como algo común la violencia, los asesinatos y el poder del dinero y las armas del narco; a tal grado que la radio, la tele, la literatura y hasta el cine se llenan de dichas temáticas en una franca apología de ese estilo de vida y pensamiento, hasta el extremo de ponerle un nombre que lo valida: Narco Cultura.
En México no hay una postura legal frente a esos contenidos que incitan a la violencia y la ilegalidad, los niños pueden escuchar narco corridos, ver series y películas de esta temática y, lo he presenciado, jugar a narcos contra federales en el recreo de su escuela. ¿Cuál es el delito entonces?
Desconozco como tal la problemática política y social de España, pero sí sé que con todo este ruido debido a las redes sociales, comienza a ser importantísimo reflexionar sobre los mensajes que transmitimos los creadores escénicos.
Nunca debemos perder de vista que, a diferencia de los grandes consorcios comerciales cuyo “target” son los niños, los artistas no buscamos ganar dinero a montones por hacer nuestro trabajo, habrá alguno que otro inocente que guarde la esperanza de hacer una gran fortuna como actor o escénico.
Nuestro trabajo es preservar ideales, generar reflexiones y sensaciones y tenemos la capacidad de decidir qué emociones e ideas ponemos en nuestros espectadores, mucho más si son niños. En un mundo unívoco, en el que todas las películas dicen lo mismo, la tele muestra lo mismo y hasta la literatura tiende a contar las mismas historias; los títeres, el teatro, los cuenteros, aquellos que como los juglares vamos y venimos divirtiendo y compartiendo ideas a cambio de unas monedas, tenemos la obligación de seguir dando otros mensajes diversos.

Leyendo más acerca del caso de los titiriteros españoles me queda claro que sufrieron la misma censura (y casi de la misma forma) que deseaban criticar. La obra que presentaron era una adaptación de un clásico de Federico García Lorca, quien murió a manos de los militares precisamente por su forma de pensar, escribir y comunicar.
Este 2016 se liberan los derechos de este gran poeta y dramaturgo español que, sin duda, debemos leer pero no sólo para repetir sus obras, incluso adaptadas, sino para entender que no podemos caer en los mismos juegos, para mirarlo como un eslabón en el desarrollo de las artes y trabajar en maneras, formas e ideas congruentes y vigentes para el mundo actual, sus problemáticas y sobre todo el atavismo y la ignorancia de quienes tienen el poder.
Me uno abiertamente a la petición de libertad para los titiriteros, pero también a reflexionar en cómo podemos crear nuevas maneras de manifestar nuestro descontento, a crear lenguajes escénicos que las autoridades no puedan detener con su poder. Las artes abren puertas y ventanas a mundos posibles, dejemos la postura repetitiva y pasiva: los artistas creativos hacen falta como nunca antes en la historia de la humanidad.


Cholula, Pue. 9 de febrero 2016

martes, 9 de febrero de 2016

Ser Juglar Contemporáneo

Por Martín Corona A.

En muchas ocasiones me he preguntado por mi oficio. Luego de escribir seriamente para prensa y dedicarle muchas horas a la literatura, acabar como payaso, como idiota, como un divertimento para niños no parece algo serio ni importante. Quizá porque serio no es; e importante, bueno, eso depende para quién.
Hace más de diez años que comencé a contar historias, a volverme un “cuenta cuentos” noté que debía ser muy cauteloso con los términos. Porque los Narradores Orales (así en mayúsculas) tienen una técnica, toman talleres con un grupo de personas que por años han contado historias de un mismo modo, creando una tradición que hoy ostentan con todas las de la ley. Así que un improvisado no debía venir a llamarse de esa forma, mucho menos si nunca tomó siquiera un taller con ellos y, además transgrede las normas y formas de la técnica.
Luego noté algo muy difícil de aceptar: no basta. O al menos en mi experiencia no es suficiente tu vocalidad y tu energía para tener sentado a un grupo de gente por una hora. Es decir que no me bastaba contar historias de los libros que me encantan, no sólo se trataba de buscar entre cientos de cuentos, sino además hacerlos divertidos, amables, entrañables.
Entonces busqué talleres de títeres, malabares, pantomima, canto y el resultado fue que un día, mientras contaba un cuento en Colombia, un gran amigo me lo dijo claro: “tú no eres narrador oral, ni cuenta cuentos, ni siquiera cuentero, Martín tú estás haciendo juglaría”.
Con toda la información de la universidad ya había revisado las notas de Menéndez Pidal y me di cuenta que, efectivamente, de juglar es mi oficio. Si bien fue la palabra el primer acercamiento a estar frente a un público, después todo me ha llevado a explorar, conocer y generar maneras de crear empatía con lo dicho y mezclas maravillosas fuera de las técnicas y ciertos canones ya un poco pasados de moda.
El día de hoy vivo de comunicar, desde compartir historias en libros hasta hacer radio cotidianamente, desde moverme en el escenario hasta hacer algo de malabares y títeres, desde hacer un poco de clown hasta cantar de pronto temas que escribo pensando en cosas que no se dicen y, considero, deben ser dichas.
Y para ser juglar uno no va a la universidad, es más casi debe dejarla para poder dedicarse a comunicar. Porque los caminos andados son los que te forman, porque son los cientos de funciones cotidianas y de personas atendidas lo que da sentido.
Aquí, en el andar de juglar, no habrá un documento que avale, tampoco un título de un grupo social que te valide, mucho menos premios, tampoco aplausos de tus amigos. Lo que hay son miles de niños que ríen con un cuento y que buscarán libros para tener más historias cerca.
Nadie vendrá a tocar a la puerta para reconocerte una labor para cientos de miles, pero sí para pedirte que vayas a su fiesta de cumpleaños, a su escuela, a su festival o feria del libro. Y con eso se vive y se anda, al igual que en la Edad Media, de nada sirven las prebendas de los reyes y las cortes si no tienes el agrado de la gente que mira y valora tu trabajo.
Hace unos años la promoción de la lectura se volvió un tema importantísimo para el gobierno mexicano, para hacer que la población alcanzara un estándar necesario para los negocios mundiales. Una movida política y económica que ya pasará y vendrán otras y quienes hoy acuden a contar cuentos como moda y forma de vida, cambiarán de oficio como de piel. Pero yo no, porque no decidí vivir así por dinero ni por fama, sino porque es mi forma de darle sentido a la vida, por fortuna, junto con mi familia.
Y para que quede claro de qué va todo esto, cierro con una definición de Ramón Menéndez Pidal: “juglares eran todos los que se ganaban la vida actuando ante un público, para recrearle con la música, o con la literatura, o con charlatanería, o con juegos de manos, de acrobatismo, de mímica, etc”.



Cholula, Pue.  2 de febrero de 2016


La escena contemporánea

Por Martín Corona A.

La comunidad del teatro lleva años con la queja de que la gente ya no acude a las salas, de igual modo para con los conciertos, sólo el teatro con gente de la tele y los conciertos de figuras mediáticas son eventos masivos. A qué se debe esto, es simple, a que la humanidad ha cambiado y los modos y formas teatrales y musicales lo han hecho muy poco o casi nada.
Nunca antes que ahora los seres humanos vieron tanto, escucharon tanto, leyeron tanto. Imagina la época en que todo lo que había para mirar era la naturaleza que rodeaba a la comunidad, un tiempo en que un viaje de una semana a pie o a caballo era  la mayor aventura, un tiempo en que todo aquello que rebasara el mar, los ríos o que estuviera alejado era considerado imposible. El mundo eran muchos mundos diversos, incomunicados unos de otros.
En cambio ahora con un click, con poner los dedos en una pequeña pantalla puedes mirar otros continentes, otras personas, otros idiomas y no sólo eso sino que gracias a la tecnología podemos ver galaxias imaginarias, mundos posibles, quimeras y un sinfín de seres y ambientes imaginarios como si fueran reales.
De igual modo, hace muchos años la única manera de escuchar música era en vivo, al  momento de ser interpretada. En cambio ahora, gracias a youtube o a Spotify tenemos acceso a un catálogo prácticamente infinito de sonidos de todo el mundo, en todos los géneros y posibilidades.
Entonces el ojo de aquellos humanos, el oído de aquella humanidad no es el mismo que el nuestro.  De manera que si vamos al teatro, por más que la escenografía y las luces creen un ambiente para el desarrollo de la trama, nuestros ojo verá siempre que es pobre, que es de mucho menor calidad y verosimilitud que el de una película o un comercial de televisión. No es una reacción consciente, pero hoy más que nunca las artes se convierten en un asunto de fe, más que en una forma de expresión o comunicación.
Algo similar pasa con la música. La academia tiene perfectamente estratificada el tipo de música que enseña, las formas, el tipo de escritura e interpretación. Sin embargo, ya no resulta vigente para el público y, además, puede tener acceso a todo el concierto desde cada uno de sus dispositivos y en versiones infinitas.
No hay que ser un sabio para darnos cuenta que el mundo cambió, la humanidad tiene otra manera de percibir la realidad, sin embargo, las artes siguen su mismo camino, como si fueran piezas de museo y no formas de expresión y comunicación.
El teatro sigue privilegiando una actuación muy expresiva, muy grande y hasta exagerada para el espectador actual, acostumbrado a la televisión y el cine, en los cuales la cámara está sobre el personaje que apenas y mueve algunos rasgos para marcar su expresión. Y además el teatro busca una voz adecuada, bien dirigida y sumamente artificiosa.
De manera que el televidente cuando va al teatro lo encuentra exagerado, aburrido, alejado de su manera de ser espectador.
En la música sólo los conocedores se acercan a conciertos de algo diferente a la música de moda en la radio y la tele. Y entonces las artes, como las enseñan en las universidades, como las practican las nueva generaciones, son anacrónicas y hasta banales.
De nada sirven todos los esfuerzos y el dinero invertido, esas artes están cada vez más lejos de las necesidades del humano promedio.
Y son fenómenos de cambios sociales  que se dan de manera cíclica, ya lo dice el grupo Astrud en su canción “Lo popular”: “porque lo viejo es lo nuevo y lo culto, popular”.
Entonces, para una escena más vigente y vital habrá que renunciar a esos valores y formas. Para una música que mueva del sillón a los televidentes-espectadores-humanos tendrá que trabajarse desde otro sitio, el artista tendrá que inventar nuevas formas de arte.
Por increíble que parezca, es la naturalidad (artificial u honesta) lo que más captura la atención del público contemporáneo. Si nos detenemos un poco resulta lógico, ya que sus sentidos están saturados de voces fingidas, de demasiada producción, de alta definición, de música electrónica o editada a pedazos; por ello cuando alguien mira un evento escénico o musical en directo, que contenga una capacidad expresiva honesta se detiene a contemplar.
En el mundo actual pareciera que las artes más vigentes son las más simples, aquellas en que pasa algo sencillo, sincero u orgánico, en que alguien cuenta con su voz natural, en que la música no es perfecta pero sí cargada de emociones. Más que espectadores, los asistentes a un acto escénico buscan lo esencial: pertenecer a la manada humana, tener algo en común y ser parte de ese gran acto que es arte.


Cholula, Pue.  25 de enero de 2016