Por Martín Corona A.
La comunidad del teatro lleva años con la queja de que la
gente ya no acude a las salas, de igual modo para con los conciertos, sólo el
teatro con gente de la tele y los conciertos de figuras mediáticas son eventos
masivos. A qué se debe esto, es simple, a que la humanidad ha cambiado y los
modos y formas teatrales y musicales lo han hecho muy poco o casi nada.
Nunca antes que ahora los seres humanos vieron tanto, escucharon
tanto, leyeron tanto. Imagina la época en que todo lo que había para mirar era
la naturaleza que rodeaba a la comunidad, un tiempo en que un viaje de una
semana a pie o a caballo era la mayor
aventura, un tiempo en que todo aquello que rebasara el mar, los ríos o que
estuviera alejado era considerado imposible. El mundo eran muchos mundos
diversos, incomunicados unos de otros.
En cambio ahora con un click, con poner los dedos en una
pequeña pantalla puedes mirar otros continentes, otras personas, otros idiomas
y no sólo eso sino que gracias a la tecnología podemos ver galaxias
imaginarias, mundos posibles, quimeras y un sinfín de seres y ambientes
imaginarios como si fueran reales.
De igual modo, hace muchos años la única manera de escuchar
música era en vivo, al momento de ser
interpretada. En cambio ahora, gracias a youtube o a Spotify tenemos acceso a
un catálogo prácticamente infinito de sonidos de todo el mundo, en todos los
géneros y posibilidades.
Entonces el ojo de aquellos humanos, el oído de aquella
humanidad no es el mismo que el nuestro.
De manera que si vamos al teatro, por más que la escenografía y las
luces creen un ambiente para el desarrollo de la trama, nuestros ojo verá
siempre que es pobre, que es de mucho menor calidad y verosimilitud que el de
una película o un comercial de televisión. No es una reacción consciente, pero
hoy más que nunca las artes se convierten en un asunto de fe, más que en una
forma de expresión o comunicación.
Algo similar pasa con la música. La academia tiene
perfectamente estratificada el tipo de música que enseña, las formas, el tipo
de escritura e interpretación. Sin embargo, ya no resulta vigente para el
público y, además, puede tener acceso a todo el concierto desde cada uno de sus
dispositivos y en versiones infinitas.
No hay que ser un sabio para darnos cuenta que el mundo
cambió, la humanidad tiene otra manera de percibir la realidad, sin embargo,
las artes siguen su mismo camino, como si fueran piezas de museo y no formas de
expresión y comunicación.
El teatro sigue privilegiando una actuación muy expresiva,
muy grande y hasta exagerada para el espectador actual, acostumbrado a la
televisión y el cine, en los cuales la cámara está sobre el personaje que
apenas y mueve algunos rasgos para marcar su expresión. Y además el teatro
busca una voz adecuada, bien dirigida y sumamente artificiosa.
De manera que el televidente cuando va al teatro lo
encuentra exagerado, aburrido, alejado de su manera de ser espectador.
En la música sólo los conocedores se acercan a conciertos de
algo diferente a la música de moda en la radio y la tele. Y entonces las artes,
como las enseñan en las universidades, como las practican las nueva
generaciones, son anacrónicas y hasta banales.
De nada sirven todos los esfuerzos y el dinero invertido, esas
artes están cada vez más lejos de las necesidades del humano promedio.
Y son fenómenos de cambios sociales que se dan de manera cíclica, ya lo dice el
grupo Astrud en su canción “Lo popular”: “porque lo viejo es lo nuevo y lo
culto, popular”.
Entonces, para una escena más vigente y vital habrá que renunciar
a esos valores y formas. Para una música que mueva del sillón a los
televidentes-espectadores-humanos tendrá que trabajarse desde otro sitio, el
artista tendrá que inventar nuevas formas de arte.
Por increíble que parezca, es la naturalidad (artificial u
honesta) lo que más captura la atención del público contemporáneo. Si nos
detenemos un poco resulta lógico, ya que sus sentidos están saturados de voces
fingidas, de demasiada producción, de alta definición, de música electrónica o
editada a pedazos; por ello cuando alguien mira un evento escénico o musical en
directo, que contenga una capacidad expresiva honesta se detiene a contemplar.
En el mundo actual pareciera que las artes más vigentes son
las más simples, aquellas en que pasa algo sencillo, sincero u orgánico, en que
alguien cuenta con su voz natural, en que la música no es perfecta pero sí
cargada de emociones. Más que espectadores, los asistentes a un acto escénico
buscan lo esencial: pertenecer a la manada humana, tener algo en común y ser
parte de ese gran acto que es arte.
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