Dedicada a Matías Peralta, en su andar juglar
Hace poco más de diez años comencé este andar de juglar. Por
supuesto que no tenía la más remota idea que me llevaría a vivir como lo hago
hoy. Transitando una realidad alterna de viajes cotidianos con mi pareja, mi
hija, amigos, compañeros de viaje que son nuestra familia ampliada, a estar
diariamente haciendo radio, libros, espectáculos de cuentos, malabares y, a
ratos, algo de música.
Y podría sonar idílico pero requiere de todo tu esfuerzo, de
toda tu concentración y de vivir a pleno para conseguirlo. De hecho, es
maravilloso de otro modo. No de ese en que luego de sentir que ganaste el
dinero suficiente para pagar las deudas te tiras en el sillón frente a la tele,
tampoco aquel de presumir tus nuevas compras o la erudición de los libros que
has leído, la maravilla de esta forma de vivir es aprender a fluir.
Todo comenzó en 2001, cuando por una casualidad terminé
contándole cuentos a los chicos de una feria. En aquel ayer de cigarrillos,
poesía, literatura romántica y tomarse todo tan en serio, de la bohemia y el
azote emocional descubrí que me gustaba mucho el desenfado con que podía hacer
escena para los niños.
Me acuerdo que usaba mi pelo largo como coletas para hacer a
la niña, que dejaba que me cubriera el rostro para hacer al gato asesino, que
no había ningún límite en el juego y la imaginación con tal de que los niños
dejaran de decir: “eres un aburrido”.
Y sí, ser reportero de cultura, jefe de librería, vender
libros, escribir a ratos por encargo, tomar y dar talleres de teatro nunca será
tan divertido como hacer escena para niños. Y aquí me detengo, porque no
estamos haciendo “teatro”, tampoco “espectáculo” del tipo comercial, hacemos
una cosa diferente: contamos historias, hacemos clown, mezclamos canciones con
juegos y salimos a la escena a divertirnos. Dejamos atrás la pretensión de
hacerlo bien, de ser correctos, porque cuando eres niño y juegas lo menos
importante es si es correcto o incorrecto, te entregas al deleite de lo que
está pasando sea en la realidad o en tu imaginación. Y eso es justamente lo que
hacemos, subimos a entregarnos al juego, no tratamos de ser graciosos somos
idiotas, somos estúpidos y eso más que gracioso resulta singular y, a veces,
único para el público.
Cuando nos dimos cuenta que no éramos actores, porque no
fuimos a la universidad a aprenderlo, porque no tenemos una técnica ni
generamos un efecto estético de un modo determinado, comprendimos que tampoco
éramos sólo recitadores o habladores de historias, mucho menos titiriteros
porque sí bien a veces usamos muñecos para jugar y contar, tampoco nos hemos
dedicado a ello como muchos compañeros, maestros y amigos. No prendimos nunca
ser expertos en literatura infantil, ni aburridos eruditos o ensimismados
escritores. Entonces, ¿qué éramos?
Viajamos por muchos sitios del país, incluso buscamos grupos
similares por Argentina, España, Chile, Colombia y Brasil. Lo más cercano que encontramos
fueron viejas crónicas de unos personajes que en la Edad Media cumplían la
función de divertir, informar, compartir el conocimiento libresco de manera
divertida, no como la iglesia sino de forma libre y con el pago directo de la
gente que daba monedas, comida, alojamiento a cambio de aquella expresión: los
juglares.
Y convertirnos en Juglaria vino casi por una casualidad, en
el primer viaje largo como cuenta cuentos llevé cargando tres clavas (esos
palos largo y abombados para hacer malabares) y un galés en su correcto inglés
me preguntó si yo “juglareaba”. La
traducción se la debo a una maestra estadounidense que iba en el mismo viaje en
la Sierra de Chihuahua. Y sí, me di cuenta que justamente eso hacía: jugar al
juglar.
Y los juglares no son específicamente algo, pero pueden serlo
todo. Además su expresión estuvo antes que las artes divididas como se
entienden en la actualidad. Así que integrando muchas cosas logramos este
fluir, este ir y venir por escuelas, centros comunitarios, ferias del pueblo,
festivales artísticos, ferias del libro… donde exista gente que pueda hacer de
público nosotros podemos ser sus juglares.
Sin pretensión alguna, por el acto mismo de compartir,
viajamos a donde nos llaman, compartimos lo que amamos (libros, historias,
malabares, juegos, canciones) desde el único sitio honesto que conocemos:
nosotros mismos.
Oaxaca, Oax. 11 de
enero de 2016
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