Martín Corona Alarcón
Hace unos días sorprendió
al mundo la nota de unos titiriteros españoles que fueron encarcelados por
supuesta incitación del terrorismo en una puesta en escena. La consternación
fue tremenda por parte de toda la comunidad teatral de habla hispana, incluso en
México compañeros y amigos se promulgaron indignados por el asunto.
Al final,
aclaraciones, notas y, sobre todo, confusiones, muchas confusiones.
Este evento desafortunado
me sirve para hablar de esta manera diversa de enfocarnos en la escena: la
juglaría actual o contemporánea.
Público y creador
En principio, a
esta compañía le contratan una obra para presentarse en la cartelera infantil de un carnaval. Y, ¿qué hace un
titiritero, actor, cuenta cuentos, standopero, músico cuando –al fin- le
contratan y su trabajo no es para el público al cual lo están dirigiendo?
En principio la
mayoría lo ve como un trabajo, una contratación para representar lo que ha montado,
ensayado y repetido hasta la saciedad. Considera que el público no es su
responsabilidad. Y en este punto he visto grupos para niños que se niegan a
trabajar si no hay una cantidad determinada de chicos de cierto rango de edad,
al igual que escénicos que corren a los niños de su función o suspenden hasta
que estén las condiciones que pidieron.
Y obvio ante esta
clase de exabruptos nunca vuelven a ser contratados, tampoco la gente regresa a
ese tipo de espectáculos. Y la gente de escena se queja de que no hay públicos,
que no valoran su arte y no tienen trabajo.
Claro, porque ese
arte que aprendieron no es sensible para el momento histórico actual. El actor,
titiritero o cuentacuentos aprendió de memoria una serie de textos y acciones
que repite con maestría, pero sin considerar a profundidad que está
comunicándose con un público sensible, comúnmente vemos actores y cirqueros que
muestran sus ejecuciones sin voltear siquiera a quienes los miran. Esperan
aplausos, sonidos de asombro, nada más.
Sin embargo, es
tiempo de cambiarlo. No podemos ofrecer un dulce envenenado a un chico, si bien
es responsabilidad de los programadores y organizadores la selección de los
montajes y el tipo de público, los creadores escénicos deberíamos dejar de ser
pasivos ejecutantes para convertirnos en seres que comunican algo con
sensibilidad, con empatía.
Es muy frecuente
que contraten algo para adultos y asistan niños y viceversa, sobre todo en
festivales, ferias y eventos muy grandes.
Un juglar
medieval que insultaba, molestaba o desconcertaba a su público era despedido de
la plaza para siempre, perdía su manera de comer, su forma de vivir, una
importante plaza a su paso.
Si bien entiendo
que no fueron formados para eso, a las universidades y los talleres de teatro
no les interesa crear comunicadores sino licenciados y ejecutantes, es tiempo
de asumir los cambios sociales de nuestra cultura y, por ende, de las artes.
Y volviendo a los
titiriteros españoles, si ellos hubiesen tenido esa sensibilidad de adaptar
modificar, crear un lenguaje más amable para ese público, no estarían en la
cárcel.
Sé que estoy
hablando de ideales, pero creo que es necesario dejar de formar trabajadores de
la escena caducos y banales que sólo alejan al público de los teatros, los
festivales y los espacios tradicionales y nuevos de representación.
Del terrorismo y
su difusión
El juez imputó el
delito de “enaltecimiento del terrorismo”, debido a que el montaje mostraban
una pancarta que decía: “Gora Alka-Eta”, un juego de palabras cuya traducción
puede significar: Viva el alcalde o Viva al qaETA (nombres de grupos
terroristas). En México no conocemos la problemática terrorista, en cambio
vemos como algo común la violencia, los asesinatos y el poder del dinero y las
armas del narco; a tal grado que la radio, la tele, la literatura y hasta el
cine se llenan de dichas temáticas en una franca apología de ese estilo de vida
y pensamiento, hasta el extremo de ponerle un nombre que lo valida: Narco Cultura.
En México no hay
una postura legal frente a esos contenidos que incitan a la violencia y la
ilegalidad, los niños pueden escuchar narco corridos, ver series y películas de
esta temática y, lo he presenciado, jugar a narcos contra federales en el
recreo de su escuela. ¿Cuál es el delito entonces?
Desconozco como
tal la problemática política y social de España, pero sí sé que con todo este
ruido debido a las redes sociales, comienza a ser importantísimo reflexionar
sobre los mensajes que transmitimos los creadores escénicos.
Nunca debemos
perder de vista que, a diferencia de los grandes consorcios comerciales cuyo
“target” son los niños, los artistas no buscamos ganar dinero a montones por
hacer nuestro trabajo, habrá alguno que otro inocente que guarde la esperanza
de hacer una gran fortuna como actor o escénico.
Nuestro trabajo
es preservar ideales, generar reflexiones y sensaciones y tenemos la capacidad
de decidir qué emociones e ideas ponemos en nuestros espectadores, mucho más si
son niños. En un mundo unívoco, en el que todas las películas dicen lo mismo,
la tele muestra lo mismo y hasta la literatura tiende a contar las mismas
historias; los títeres, el teatro, los cuenteros, aquellos que como los
juglares vamos y venimos divirtiendo y compartiendo ideas a cambio de unas
monedas, tenemos la obligación de seguir dando otros mensajes diversos.
Leyendo más
acerca del caso de los titiriteros españoles me queda claro que sufrieron la
misma censura (y casi de la misma forma) que deseaban criticar. La obra que
presentaron era una adaptación de un clásico de Federico García Lorca, quien
murió a manos de los militares precisamente por su forma de pensar, escribir y
comunicar.
Este 2016 se
liberan los derechos de este gran poeta y dramaturgo español que, sin duda,
debemos leer pero no sólo para repetir sus obras, incluso adaptadas, sino para
entender que no podemos caer en los mismos juegos, para mirarlo como un eslabón
en el desarrollo de las artes y trabajar en maneras, formas e ideas congruentes
y vigentes para el mundo actual, sus problemáticas y sobre todo el atavismo y
la ignorancia de quienes tienen el poder.
Me uno
abiertamente a la petición de libertad para los titiriteros, pero también a
reflexionar en cómo podemos crear nuevas maneras de manifestar nuestro
descontento, a crear lenguajes escénicos que las autoridades no puedan detener
con su poder. Las artes abren puertas y ventanas a mundos posibles, dejemos la
postura repetitiva y pasiva: los artistas creativos hacen falta como nunca
antes en la historia de la humanidad.
Cholula, Pue. 9
de febrero 2016
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