martes, 9 de febrero de 2016

La vigencia de contar historias

Contar historias es sin duda el asunto más viejo de la humanidad, porque somos los únicos animales sobre la tierra capaces de contar y contarse. Los únicos que transforman su entorno, que matan a su propia especie y que enaltecen cosas absurdas sólo por una historia que se cuentan a sí mismos y la creen.
En un momento histórico en que la gente cree lo que le dictan las pantallas, sólo porque parece una historia bien contada, porque resulta “verosímil” es impensable que el oficio de contar historias tenga vigencia. Sin embargo, parece más vital que nunca. A menudo me preguntan por qué los niños ponen atención a un cuento, si tienen tanta tecnología y están “sobre estimulados”, mi respuesta es muy simple: precisamente por eso.
Las pantallas, desde la tele hasta el teléfono celular, ofrecen al que mira una realidad con apariencia de perfección. Le muestran un mundo rubio y hermoso, perfecto y delimitado, con actuaciones sobre cargadas, con sets carísimos, con historias llenas de violencia, armas, bombas y explosiones. Ofrecen una realidad falsa y un afán absurdo de perseguirla como finalidad última, no en balde Estados Unidos garantiza en su constitución que los hombres deben ser felices (legalmente te insertan esa idea, para luego venderte su unívoca felicidad).
Así, en tanto vivimos en una cultura globalizada persiguiendo un cuento que nos creímos: éxito, felicidad, riqueza, poder, placer, amor, etc. La vida “real” se nos escapa de las manos, dejándonos en un absurdo de frustración, depresión y otras tantas palabritas que se curan con drogas y medicinas muy caras. Porque al final, mientras que vamos por la vida luchando por mejorar, por “salir adelante” (¿adelante de qué o quién?) se nos consume la salud, los hijos crecen, nuestros viejos se mueren, los amigos se van y los amores se consumen.
Y siempre ha estado ahí, el secreto mejor guardado, como siempre, es que no hay secreto. Todo es tan simple como nuestra propia humanidad, que se puede resumir en nuestra historia.
Imagínate que eres capaz de escribir un cuento con tu propio destino. Será tu pluma la que dicte cada paso que darás, seguro que escribirías cosas maravillosas. Aunque no lo creo en realidad, porque para poder escribir por ejemplo: viviré en un espacio cómodo, limpio y hermoso con la compañía de gente tolerante y amorosa. Tendrías que conocer un espacio cómodo, imaginar qué es para ti la limpieza y la belleza y, además, conocer modelos de tolerancia y amor que pudieras emular.
Y eso es muy complicado, porque en este momento de la historia todos esos adjetivos, todas esas ideas sólo son un remedo de lo que ya has visto en la tele, en el cine, quizá en algún libro que leíste, pero a final de cuentas es limitado a una serie de estándares de la cultura occidental.
Entonces, ante este imperio de las ideas, cuando toda tu generación vio las mismas caricaturas de niño, escuchó los mismos mitos y tiene los mismos ritos es lógico que tendrá los mismos problemas, morirá de las mismas enfermedades y casi tendrá una misma fisonomía. No es necesario esclavizar a la población con cadenas, basta hacer que su cerebro se programe de la misma manera para que funcione de un cierto y único modo.
Claro que ningún tonto aceptará serlo, como tampoco un engañado decidirá cambiarse al lado de la razón, nadie sacrifica cuatro, seis u ocho años en un recinto del saber y la cultura para luego despotricar contra eso.
Y en este absurdo quedan resquicios pequeños, casi absurdos. Uno de ellos es contar historias diversas, regalar una idea nueva y fresca a una mente donde no hay más que las mismas estructuras chocando entre sí una y otra vez.
Durante muchos años creí que eran los libros la respuesta. Sin embargo, en los últimos años la mesa de novedades literarias se empeña en hacerme perder esa fe. Aun quedan impresas muchas historias diversas, maravillosas, pero siempre quedarán personas que cuenten incluso lo que no se puede escribir. Y cuando un esclavo, por más inconsciente que esté de serlo, huela en un vientecillo un poco de libertad quedará encantado, fascinado y, en el mejor de los casos, entregado a ese acto de humanidad que es escuchar y disfrutar de una historia diversa.

Papantla, Ver.  18 de enero de 2016



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