Martín Corona
Alarcón
El pasado 2 de
abril se conmemoró el Día Internacional del Libro para Niños, o Día
Internacional de la Literatura Infantil. Fue en 1975 que IBBY lo propuso como
una forma de visibilizar los libros para niños y jóvenes celebrando al más
reconocido autor de literatura infantil del mundo moderno: Hans Christian
Andersen.
En la actualidad,
los libros para niños reportan grandes ganancias a la industria editorial, el
mercado infantil es enorme y gracias a ello existen libros de gran calidad, con
propuestas muy innovadoras en cuanto a diseño, materiales, colores y maneras de
abordarse. Sin duda la literatura cambió a partir de que el libro para niños y
jóvenes se ha convertido en la avanzada y, quizá, en la salvación de una
industria a la que le vaticinaban un futuro muy oscuro.
Porque un libro
se puede leer en la computadora, en el celular, en una tableta o se puede bajar
en pdf o epub e imprimir. Sin embargo, un libro para niños de los que se hacen
en la actualidad definitivamente no. No puedes llevar la pantalla a la cama, ni
emular la sorpresa de un libro pop-up, mucho menos las texturas, lo colores y
las formas de un objeto hermoso para el asombro de un niño.
Si algo hay
maravilloso en las librerías actuales son esos libros para los más pequeños que
todos disfrutamos.
Pero todo comenzó
casi por casualidad. Si bien los hermanos Grimm, Perrault y otros
investigadores habían registrado los cuentos tradicionales de la edad media, la
idea de infancia era muy nueva, las escuelas estaban apareciendo para formar a
los nuevos ciudadanos. Y en ese contexto los niños eran vistos como pequeños
adultos, seres incapaces de pensar por sí mismos, humanos en proceso inacabado
y necesitados de una estructura fija que los hiciera entrar pronto en el
modelo. A nadie se le hubiera ocurrido escribir para ellos, a menos que fuera
por distracción personal o a petición de los propios niños.
Y cuentan que fue
el caso de Andersen, un joven danés muy pobre cuyo gran sueño era ser
dramaturgo. Hans pasó su infancia en un pequeño pueblecito, al lado de su madre
y su abuela. Sólo que conoció las letras, los libros, el teatro y la
literatura. Desde muy pequeño destacó en la escuela, aprendiendo mucho, leyendo
más y tratando siempre de vivir cerca de los actores, de los artistas de la
época.
El joven Hans
estaba deslumbrado por la magia del teatro. Imaginemos un poco su época, sin tele
ni cine, con poquísimos libros y mucho por conocer. Ya se enamoraba de una
actriz y le dedicaba poemas, ya tratada de que un director influyente leyera
sus primeros textos, con tal suerte que un rico y poderoso noble le apoyó como
mecenas para ir a la ciudad a hacer sus estudios.
Y la vida de un
joven pobre y talentoso no es diferente ahora. Tuvo que pasar mucha hambre y
buscar maneras de hacerse de un poco más de dinero. Así que entró como tutor,
como maestro privado de niños muy ricos. Esta oportunidad le abrió el mundo con
el que soñaba, jardines, viajes y muchas cosas que conocer sin que fueran
propias.
Pero Andersen
siguió intentando una y otra vez convertirse en dramaturgo, publicar sus
poemas, así que pasaba el tiempo buscando ser leído y crear un arte que fuera
valorado por la élite cultural y artística de su tiempo. Pero eso no pasaba y,
para su desgracia nunca pasó.
Mientras tanto,
para seguir de cerca en ese mundo de artistas, bohemios y ricos daba clases
personales a niños. Yo imagino que los niños muy ricos no han cambiado mucho:
padres ocupados en hacer más dinero, madres atareadas en la vida social y ellos
buscando afectos, formación humana que hallaban en el maestro Hans.
Y Andersen fue
escribiendo primero los relatos que escuchó en su niñez, lo que venían de su
abuela, los que le contaban por aquí y por allá. Sólo que no los escribía tal
como los recordaba, sino modificándolos, convirtiéndolos en lecciones de ética
y moral para los chicos con los que trabajaba.
En algunos casos
mostrando el lado terrible de la vida, ese que les estaba negado a los niños
ricos para quienes trabajaba. En otros casos mostrando una visión moderna de
los relatos tradicionales, haciendo un retrato moderno del mundo mágicos de las
hadas, los duendes y la fantasía.
Andersen nunca
fue reconocido como dramaturgo, mucho menos como poeta. Su gran obra fue
aquella que él consideró menor, una obra que originó una revolución en las
letras y el libro: la literatura infantil y juvenil.
Gracias a Hans
Christian Andersen hoy tenemos un referente infaltable, un origen en las letras
modernas. Además una visión de lo pequeño, de lo simple, del desamparo y la
singularidad, visión que en muchos casos y para fortuna nuestra y de los niños
sigue acompañado a las letras dedicadas a los cachorros humanos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nos interesa mucho conocer tu opinión...