martes, 10 de mayo de 2016

Narrar o no narrar


 Martín Corona Alarcón


Con el término Narración Oral se ha definido a los cuentacuentos basados en la palabra, a quienes cuentan una historia de manera artificiosa para gusto de un público. Diciendo oral los diferenciamos de los narradores literarios, del autor de novelas, cuentos e historias. En general es el narrador oral quien se nutre del escritor, buena parte del trabajo de narrador es traducir el escrito literario en un discurso oral capaz de ser atractivo y ameno para el público.
Es curioso este juego de los tiempos, ya que en la antigüedad y en culturas que carecían de escritura todo era justo al revés: lo oral alimentó a lo escrito. ¿Por qué el momento de la historia con más lectores en el mundo resurge la oralidad como forma de arte?
Más que re surgir, lo que ocurre es que siempre está ahí la oralidad. Los humanos necesitamos de la voz para seguir siéndolo; es decir que aquellas personas formadas en la actualidad por la tele, la radio, el internet, el cine y demás formas de comunicación carecen de esa voz humana y la  buscan. Así que cuando me preguntan por qué los niños de ahora gustan tanto de los cuentos, la respuesta es porque los niños desde siempre gustan de la voz humana, de los cuentos contados por un adulto; sólo que ahora su familia no está pendiente de eso, le dejan esa labor a las pantallas.
Quizá por eso es que actualmente contar cuentos se ha convertido en un estilo de escena, en una forma de comunicar y hasta en una forma de vida para quienes ganamos dinero de ello. Sin embargo, hay que ser claros en algo: narrar de forma escénica no es lo mismo que hacerlo en casa. Si bien el espectáculo de cuenta cuentos nos puede acercara a la oralidad no lo es en esencia, de modo que aquellos que gusten de ver cuentacuentos deben saber que llevar a sus hijos no termina la tarea, sólo la inicia.
Por otra parte, la labor del cuenta cuentos escénico en la actualidad es muy variada. Hay cuenteros de todo tipo y con todo tipo de formación y de carencia formativa. Hay quienes tomaron talleres con las “vacas sagradas” e imitan a pie juntillas lo aprendido, hay quienes iniciaron por la suya tomando elementos de aquí y de allá, hay quienes han leído y se han preparado intelectualmente y, lamentablemente, también hay otros que sólo lo ven como una forma de ganar dinero.
Sin embargo, a diferencia de otras labores, al exponerse tanto el narrador oral ante el público, resulta muy fácil descubrir quién miente, quién no sabe o no se prepara. Un payaso de parque o fiesta tiene una máscara, no sabes quién es, no mira a los ojos y es ruidoso y hasta molesto. Un actor tiene cuarta pared y sabemos que está haciendo a un personaje, que no es él mismo; lo mismo para con los personajes de la tele. Y en el caso de los cirqueros ocurre algo similar, su trabajo es mostrar destrezas y sorprender. En cambio el cuenta cuentos expone parte de su ser en su afán de comunicar una historia.
Y si su ser es amable sus cuentos lo serán, si es violento y tremebundo de ello se contagiará su trabajo, aquí hay pocas mediaciones. Quizá por ello los cuenteros más experimentados son gente sencilla y amable, de buen trato y respetuosa de su público.
Un cuenta cuentos trabajará con toda clase de gente, irá a sitios muy diversos donde se sorprenderá de que aquello que creyó le serviría fracasa, mientras que esa misma sorpresa expuesta con honestidad lo llevará a siempre lograr su labor: comunicar algo diverso, diverso y entrañable para él y para el escucha.
A la manera de los juglares, muchos cuenteros en la actualidad vamos por nuestras regiones cotidianamente, por estados vecinos, pueblos, rancherías y hasta ciudades; sin despreciar nunca foro alguno. Contando historias en parques, jardines, plazas, escuelas, hospitales, salones de clases, bibliotecas, cárceles, fiestas y todo sitio donde haga falta una palabra.

Obvio, como en todo oficio los hay inteligentes y capaces como embusteros y mediocres, pero es sólo parte de una labor humana en esencia; tan humana que quizá el primer cuento que se contó en el mundo fue el de unos monos que no lo eran, tan bueno resulto que aquí estamos creyendo que no los somos.

María Laura Vázquez, Luis Bravo y Tupac.

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